La Comisión Gestora del PSOE ha dispuesto de solo tres semanas para dar la vuelta a los planteamientos suicidas de Pedro Sánchez y esquivar las terceras elecciones generales en un año, que serían disolventes para el partido. Pero para recomponer el partido y volver a constituir una alternativa real de gobierno precisa de mucho tiempo. Al menos tanto como ha empleado en desmantelarse, una operación que no ha empezado con Sánchez, sino con Zapatero, y que tiene tanto que ver con sus posiciones de alianza con los nacionalistas como de deficiente gestión de la economía durante la crisis. Y ambas cuestiones debe corregir.
La brecha abierta en el PSOE en el comité federal que destituyó a Pedro Sánchez no será fácil de cerrar. La división palmaria entre la dirección y la militancia no se resuelve en tres meses, y tendrá consecuencias ulteriores. En todo caso, en un partido de tradición democrática representativa, es la dirección quien toma las decisiones, que para eso la han elegido. La fórmula aplicada en los últimos años de democracia asamblearia está muy bien para resolver conflictos en cónclaves juveniles y si se apura en partidos cuasi extraparlamentarios.
El PSOE, y de esto se ha escrito hasta la saciedad, representa a todos sus votantes, y por ellos tiene que responder, y no por sus afiliados, que son mayoritariamente de pensamiento único y de planteamientos sectarios. Esto no es patrimonio de los afiliados socialistas, lo es también de los que Podemos, de los del PP y seguro que hasta de los pocos que tiene Ciudadanos. Como afiliados que son, no ven más allá de las tesis de sus programas, y rechazan por pernicioso el planteamiento de cualquier otro.
La Comisión Gestora tiene una tarea complicada, porque la guerra sigue abierta y es muy virulenta. Cada día se producen pronunciamientos en contra de la abstención a la investidura de Rajoy, mientras que la Comisión únicamente ha propuesto un debate, aunque los iniciados saben que quieren que en Comité vote por la abstención de Rajoy. El PSOE ha malgastado un año bajo la dirección de Pedro Sánchez para terminar entregando el Gobierno a quien ha ganado las elecciones, y ante la imposibilidad de formar una alternativa coherente.
En vez de obtener sustanciosos réditos por apoyar al Partido Popular, por abstenerse simplemente, ha agotado el tiempo y ahora deberá hacerlo a cambio de nada. Y una vez superado el trance de la abstención, que intensificará la herida del partido, comienza una larguísima travesía del desierto para recomponer el tipo y ser alguien de nuevo.
Si en los últimos años ha perdido la confianza de quienes por la izquierda le respaldaban, se enfrenta ahora a la muy probable consolidación de Podemos como la única oposición real. La elección del liderazgo para esta nueva época es determinante, y marcará un futuro del partido como alternativa otra vez o lo convertirá en una fuerza de presencia muy limitada en el Congreso, y con pocas opciones para formar cualquier tipo de gobierno en torno a su grupo parlamentario.
Necesita tiempo, mucho tiempo. Tiene muchos rotos que coser. Primero decidir hacia dónde camina y con quien lo hace, y por este orden, y no dejar al albur de un nuevo líder la composición de una estrategia que puede resultar marciana y contraria a la tradición del PSOE, como ha ocurrido con Pedro Sánchez. El nuevo líder tiene que saber leer la política, y tiene que corregir los comportamientos practicados desde Zapatero de pactar con el nacionalismo allí donde se presenta la ocasión con el único objetivo de que no gobierne la derecha.
Y tiene que recomponer sus cuadros hasta encontrar de nuevo gestores de la economía cualificados y reconocibles para superar el lastre que les acompaña en el recuerdo de los españoles con la gestión de la economía, en la que no colocaron a los mejores durante la crisis, como recordaba la semana pasada el presidente de la Gestora, Javier Fernández.
